- En torno a su
vivencia real en el Conflicto Armado Interno (CAI) en Ayacucho y cómo esto
resulta una influencia en el proceso creativo
i. En una entrevista que
respondió a Zarzosa para la plataforma periodística La mula en el año 2016,
usted afirmó que trabajó para la Policía Nacional del Perú en Ayacucho durante
el CAI, ¿cómo influenció esta experiencia en la escritura de Ese camino existe (ECE)?
Yo trabajé en la Policía Nacional del Perú. Tuve
experiencias en el CAI, muchas referencias personales y de otras gentes, y el
libro recoge todas esas experiencias, pero, lógicamente, lo que yo buscaba
hacer no es un testimonio. Ni siquiera quise escribir algo de lo que yo viví.
Lo que yo quería hacer es una obra literaria. Entonces, en una obra literaria,
hay que trasladar esa realidad. Es verdad que se emplean muchos elementos de la
realidad, hay que contar a los personajes con una perspectiva de la historia.
Muchas de esas experiencias, por ejemplo, están involucradas con personas que
yo conocí y con otras experiencias que tengo, que recogí de personajes de
Ayacucho, con otros recuerdos y vivencias, y también con las ideas sobre el
proceso de la lucha armada y la experiencia.
ii. En una entrevista, usted había dicho que ningún
escritor tiene prohibido hablar del CAI en cualquier época, siempre eso está
abierto, no hay un límite para la escritura.
Hay algunas personas que creen que la literatura de
la violencia solo es sobre el enfrentamiento con SL. Ciertamente, hay mucha
literatura de la violencia, no solamente en la literatura, sino en el arte, en
la pintura, etc. Lo que yo digo es que el Perú nunca ha dejado de presentar el
contenido sobre la literatura de la violencia. La literatura de Ciro Alegría,
de Arguedas, de la Generación del 50, todos, de alguna manera, estaban
denunciando la violencia en el Perú. Cuando un escritor quiere escribir algo de
lo que ha pasado, hay algunos que dicen que ya no, que ya se agotó, pero eso es
algo que no se va a agotar nunca. Yo más bien pienso que, en Perú, la
novelización de los principales sucesos históricos no se ha novelado. Fíjate, Estados
Unidos tiene una enorme tradición novelística. Ellos han novelado desde el
hombre blanco, en los best seller, y de ahí tienen toda una saga
de la conquista, de la independencia, de la Guerra de Secesión, todo. Nosotros
tenemos un gran vacío. No hemos novelado casi nada. Nuestra novela es recién
del s. XX y, con mayor fuerza, a partir de la segunda mitad en el s. XX. No se ha
novelado sobre el imperio de los incas, la conquista, la colonia, la
emancipación. De la república hemos novelado prácticamente nada, tampoco de la
historia de la guerra con Chile. De lo que sí se está haciendo mucha literatura
es sobre la lucha del CAI en veinte años de distancia, pero con más años, con
mayor distancia, hay mayor perspectiva.
iii.
Su última novela publicada fue El hereje
en el año 2018 y su última novela escrita para el XX Bienal de Cuento Premio
Copé 2018, La venganza de John Lennon
en el 2018. ¿Qué temas cree que abordará para sus siguientes publicaciones?
¿Cree que ya ha terminado de desfogar todo con respecto al CAI?
Mi última novela fue publicada en julio del 2019.
Viajé a Lima para presentarla en la FIL. Se llama Balada para los arcángeles.
La publiqué con Peisa. Yo, a diferencia de los demás escritores, empecé
escribiendo novelas. Después empecé a escribir cuentos, lo cual para mí ha sido
muy difícil. La mayoría empieza con un libro de cuentos. Siempre he tenido un
aliento más largo para escribir novelas, textos más largos. Pensaba que no
tenía aliento para escribir cuentos. Entonces, El hereje es como una
colección de ensayos de mis cuentos. Está relacionado también con la violencia
por supuesto. Tiene que ver con la desaparición de la provincia de Santa en
manos del Grupo Colina. Este cuento que tú mencionas, La venganza de John
Lennon es un cuento que también tiene mucho de la violencia, pero ya no de
la violencia política, sino de la urbana, de una sociedad que, de alguna manera,
saca a las personas, las desalinea. John Lennon es un chico que está envuelto
en la drogadicción, ha tenido una vida muy anticipada. En esta última novela, Balada
para los arcángeles, ya estoy abordando una historia más grande. Tiene
muchas relaciones. Muchas personas que tratan de imponer un orden a la fuerza y
al final, terminan peor, quebrantados. Yo todavía no termino. Estoy escribiendo
una novela, ahí cuento ciertas historias que conocí justamente en esa época.
Estoy pensando llamarla El mensajero, porque había una persona encargada
de dar las malas noticias y que yo conocí. Bueno, ese es un proyecto que tengo.
Es una novela que estoy haciendo de esos años. De repente, puedo seguir
escribiendo sobre esa época. No se puede decir no.
iv. Para
su juicio, ¿cuál era el propósito y la funcionalidad de ECE en torno a su
percepción sobre el CAI que le tocó vivir? ¿Qué significado le atribuye usted a
ECE considerando que es una novela que retrata los estados de ánimo frustrados
desde múltiples puntos de vista de manera democrática, es decir, sin otorgar
preferencia solo a personajes de las FF.AA., del pueblo de Chungui, de SL o de
la PNP?
Al quehacer del escritor le toca no
perder los puntos de vista que sean necesarios. Yo lo que quería era exponer
esa historia del país. Lo que sucedió en el país fue una guerra interna,
algunos prefieren llamarle de muchas maneras, pero es una guerra, es un
enfrentamiento armado entre dos partes con un escenario territorial. Lo que yo
rescato, en el fondo, es que, en esta guerra, quienes estuvieron en cierto
grupo de poder no participaron de la guerra. Quienes se arriesgaron, quienes en
realidad participaron en la guerra, con tantas guerras que hubo en el país, son
los jóvenes, los que no utilizan la psicología, los que no tienen intereses.
Por eso, es que hay una gran historia, porque todos son jóvenes. Ellos sienten
que tienen un poder por encima y que los manejan como si fueran títeres en el
escenario de la guerra.
Es lo que ha pasado siempre en el
Perú, no solamente desde la conquista, sino desde mucho antes. Tenemos las
historias que nos trajo el inca Garcilaso, desde el Tahuantinsuyo. Los jóvenes
no tenían una idea de qué era un imperio. En cualquier momento, sabían que
tenían que perder la vida. Eso se ha repetido a lo largo de la historia. Esos
puestos generacionales siempre han estado. Entonces, eso es lo que no
entendemos. En el Perú, esa generación, en este conflicto, son seres que están
condenados a soportar. Un factor para resistir esa guerra, en parte de su
humanidad, es ser seres totalmente apagados. Esa fue la idea que yo capté. Se
trata de personas a las que castigan por algo que no lleva a nada. Al final, no
tiene razón de ser haber nacido en un país donde no se puede vivir. Yo creo que
el país no lo ha finalizado. Se trata de finalizar todo lo que ha sucedido. Hay
que aceptar las bases de la paz del otro bando. Hay mucha gente que disfruta la
intolerancia. Entonces, el país necesita una catarsis. Necesita liberar todo
eso que desde hace muchísimos años existe.
- En torno a los
recursos literarios y las influencias de estos
v. Existe una enorme riqueza
de grises, colores e imágenes en la descripción del espacio al inicio de varios
capítulos de ECE. Considerando que, en la entrevista que concedió a Edwin
Cavello para la revista Lima Gris en el año 2018, usted afirmó que le gusta la
narrativa de Alegría, ¿se puede afirmar que hubo influencia de La serpiente de oro en ECE?
Sí, por supuesto, pero no solo de
Alegría, también de Los ríos profundos de José María Arguedas o las
descripciones que hace de la selva Vargas Llosa en La casa verde. Yo
considero a la novela como un desarrollo del cronotopo; o sea, se trata de ubicar
la historia en un espacio temporal, pero también en un determinado territorio, en
un paisaje, una época y un espacio. Tengo mucha influencia de Tolstoi en esas
descripciones de época y de espacio que son grandiosas y siempre me ha gustado
hacer ese tipo de novelas. No concibo una historia casi en el aire o en la
mente solamente del narrador. Para mí, la historia es un cuerpo que habla de un
espacio y un tiempo. Entonces, es una gran preocupación cuando voy construyendo
una novela el recrear el espacio. Tuve la suerte de haber estado en Ayacucho,
en algunas localidades, y obtener recuerdos muy vívidos de esas zonas. Lo
primero que a mí me impactó en esa época fue, obviamente, el escenario de la
guerra, porque era muy cruel, pero lo segundo que me sobrecogió mucho fue el
paisaje. Había mucha escenografía que se quedó grabada en mi memoria. Claro, al
momento de recrear esto en la ficción, entran a tallar las influencias. Tengo
una gran gratitud por Ciro Alegría, pero de todos sus libros, no solo de La
serpiente de oro, también Los perros hambrientos y El mundo es
ancho y ajeno hacen una gran recreación del escenario y eso para mí ha sido
una gran escuela. Esos pasajes sobre el Marañón y el ambiente de la sierra y la
selva de La Libertad y el río Marañón son memorables e imborrables para mí y
para quienes creen en ese tipo de novela del desarrollo del escenario.
Asimismo, tiene que ver el espacio no solo como un telón de fondo.
Yo tengo que construir el espacio
como un personaje más. El espacio camina junto con los personajes que encarnan
personas. El espacio para mí es como un personaje que yo tengo que construir. En
la historia de la novela, los que quedan son los personajes, porque son los que
más se parecen a los lectores, pero también hay que preocuparnos por que el
espacio no solo sea un telón de fondo, sino que sea vivo y que viva en todo el
pasaje de las lecturas. Yo concibo así mis novelas. Por ejemplo, el tunal donde
habita Cubo sí existe, está en el camino de Ayacucho a Huancavelica, se llama
Mayoc, es un pueblito. Escribo también sobre lugares que no conozco, pero
siempre en la medida de mis posibilidades, trato de ir a los lugares sobre los
que voy a escribir: conocerlos, imaginármelos en otra época, ver la vida en ese
espacio y su dinámica, cómo vive su gente. Eso me interesa mucho. Esto también
intento en la nueva novela que estoy escribiendo: Las calles del laberinto.
Aún no la he publicado.
vi. En
ECE, Cubo y Perpetua Cori son sujetos frustrados, porque no pueden conseguir
sus objetivos, ya que Cubo no puede escapar del CAI y Perpetua no puede
encontrar a su hijo Américo. Esta frustración es la característica principal de
todos los protagonistas de La palabra del
mudo de Julio Ramón Ribeyro y, en la entrevista para Lima Gris del 2018,
usted también dijo que le gusta la literatura de Ribeyro. En esta medida, ¿se
puede afirmar que Ribeyro ha influenciado en la escritura de ECE y, sobre todo,
en el permanente estado de carencia de sus personajes?
Los personajes de Ribeyro no alcanzan
a triunfar. Yo veo dos autores peruanos desde la segunda mitad del s. XX en
adelante que para mí son mis referentes: Ribeyro y Carlos Eduardo Zavaleta. Los
dos tienen personajes que no alcanzan a triunfar, que siempre son derrotados
por las adversidades. Los personajes de Ribeyro son de un morbo negro, sombrío
y los de Zavaleta, de un morbo cáustico, cuando no, carecen de humor. Yo traté
de que ECE tuviera humor en medio del CAI, que era tan cruento y desagradable,
que hubiera algunos personajes de humor. Algunas personas me han dicho que, por
momentos, les daba mucha pena, pero otros, mucha risa.
Lo que pasa es que Cubo es una
persona que tiene muchos traumas marcados desde la niñez y una forma de
resistir a la guerra es a través de una férrea humanidad. Cubo se encierra en
su propia humanidad para resistir a los embates del CAI, pero la guerra lo
acaba venciendo poco a poco y él, para no acabar deshumanizado, termina
perdiendo la razón. Perpetua Cori es un personaje que tiene mucha
contradicción, porque ella sale de su pueblo con el fin de surgir como una
persona mejor. Va a la capital del departamento para trabajar, sueña con cosas
mayores. Está en ascenso, ella no está conforme con lo que le ha tocado vivir,
pero, a partir de la desaparición de su hijo, todos sus sueños quedan truncados
y ella regresa a su pueblo a buscar a su hijo y se encuentra que todo su pueblo
ha desaparecido. Ella, que era distinta a Cubo, se encuentra con él y los dos
quedan emparejados como personajes frustrados. La muerte acaba con la travesía
de esa búsqueda para Perpetua, mas continúa esa búsqueda en Cubo, este siempre
como un personaje que está anclado en el fracaso.
Yo encuentro distintos a los
personajes de Ribeyro y de Zavaleta, porque ellos sí tenían un humor. Cubo no
tiene ese humor, está luchando por salvarse y, en esa lucha, pierde ese sentido
del humor. Su amigo Salomón le suele hacer bromas, pero él nunca responde con
una sonrisa, es un tipo muy parco, muy ensimismado. Yo siempre he tenido esa
curiosidad por los personajes de Ribeyro y de Zavaleta. Creo que algo de eso me
influyó para construir a Cubo. En Silvio en el rosedal, por ejemplo, Silvio
no es un personaje sombrío: en su mundo surreal, él tiene un rasgo poético y
lleva una vida ingenua y lucha cargado de ilusiones, que es lo que le falta a
Cubo. Cubo pretendió ilusionarse con la relación amorosa con Perpetua, superar
su infancia, pero eso se cayó con la muerte de ella. Entonces, la única salida
que él tenía se cerró. Es realmente un personaje disfórico, porque es preso de
sus constantes depresiones, pero es el personaje que yo escogí para que, con su
humanidad, carente de alegría, se resista al proceso de deshumanización de la
guerra. Cubo y sus colegas llegan de otro sitio a Ayacucho como si vinieran del
extranjero y no saben a lo que se han metido. Lo que sucede en Lima es muy
diferente a lo que sucede en Los Cabitos, en Huanta.
- De índole
literaria en torno a la tesis y sus categorías
Sobre la disforia
vii. En los cuentos de
Ribeyro, todos los protagonistas son seres disfóricos, porque viven frustrados
en el no poder hacer, es decir, nunca pueden lograr sus objetivos. Por ello, se
sumergen en un estado de frustración y carencia. En ECE, ¿cuán es la finalidad de
que la mayoría de sus personajes, por no decir todos, vivan como seres
disfóricos?
Casi todos los personajes del siglo
XX y todos los novelistas de la Generación del 50 son disfóricos y pesimistas.
Desde Palma en el s. XIX, López Albújar, Valdelomar eran sumamente pesimistas,
eran personas que, en realidad, eran personajes que se construían en sus
personajes. Son personajes de otro tipo de peruanos. Surgen Carlos Eduardo
Zavaleta, Enrique Congrains, todos con una gran disforia. Yo ingresé joven con
Carlos Eduardo Zavaleta. Le di mi primera novela en una conferencia que él
estaba dando. Luego de unos años, le pregunté: ¿Se acuerda de mí? Él me dijo: “Bueno,
no, ¿de Chimbote?”. Yo le dije: “Sí, yo le di una novela, no sé si la habrá
leído”. —“Sí la leí”. —“¿Y qué le pareció?”. —“La verdad, me ha dado mucha pena”.
—“¿Qué pasó, no le ha gustado?”. “No”, me dijo, “me he dado cuenta de que la
literatura peruana es muy triste. Con tu libro me he reído mucho, pero yo noto
que mis personajes son tristes, y lo que más pena me da es que eso no lo puedo
cambiar”. Eso a mí también me dio mucha pena. Los escritores de la segunda
mitad del siglo XX son disfóricos. Yo creo que esta disforia nos alcanza hasta
fines de los 90, también en la Generación del 50 y del 60 con Ampuero.
Entonces, es inevitable sentir esa sensación, ese espíritu que marca a toda una
generación y que es reflejado en los personajes.
viii. Debido
a esa permanente situación del no poder hacer por parte de los personajes de
ECE, ¿usted plantea que el destino es algo contra lo cual no se puede luchar?
De ser así, ¿en qué medida asume que la idea del destino es parte estructural
de ECE en el CAI?
Acá hay dos cosas. Yo noto a los
personajes de ciertas ideas, de ciertos pensamientos. En la perspectiva de Cubo,
que es básicamente la perspectiva sobre la que se encuentra la novela, siento
que él es una persona cuyas aspiraciones no se van a poder cumplir. Él es un
representante del no poder. Es como una persona cuyo destino ya está marcado.
No quizá desde su nacimiento, sino desde aquel día cuando vio morir a su mamá y
su amante. Por otro lado, creo que gran parte de los que alguna vez estuvimos
en el escenario de la guerra sentíamos que era ciega. En una guerra, lo primero
que muere es la dimensión moral. Eso sucede a los pocos días cuando tú estás en
el escenario.
Sobre la novela
dialógica
ix. En
la novela dialógica, existe una dialogicidad entre el autor múltiple y el
texto, es decir, no existe un autor acabado, sino que hay inagotables lectores-autores
infinitos que completan el significado de la novela y se genera un diálogo
democrático entre el texto y el contexto. En esta medida, ya que esto se cumple
en ECE, ¿cuál es la funcionalidad de que la dialogicidad aparezca en una novela
sobre el CAI? ¿Tiene alguna relación con la idea según la cual hubo víctimas
tanto por SL como por el EP?
La novela dialógica difiere de la
novela monológica clásica de la literatura europea. Esta se evidencia con mayor
expresión en Latinoamérica, como en Yo el supremo o en las novelas de
García Márquez. Lo que se trata es de ver un mundo, no de una versión única, no
de una verdad única, sino de ver el mundo a partir de muchas dimensiones e
interpretaciones. Ni el mundo es único, uno solo, ni el ser humano es unidimensional,
sino que es multidimensional. En ese sentido, la novela debe tener múltiples
versiones dentro de sí misma y múltiples lecturas, de manera que pareciera que
tiene muchos autores y que el autor va a tener su propia construcción de la
novela. Eso es lo que hace que esta novela sea dialógica. Lo que la novela
dialógica busca también es eliminar la centralidad de discurso, que haya una
heterogeneidad de múltiples discursos de tal manera que se haga un discurso
interactivo entre el autor y el lector. Esa descentralización de la novela, si
bien es cierto que se empezó a dar en Europa con El cándido de Voltaire,
fue rompiendo ciertas normas de los cantares de gesta y la epopeya griega. Así,
se generó otros tipos de discurso de la novela. Entonces, la novela dialógica busca
ser como el mundo es en realidad y ser como el hombre es. En ese sentido, se
acomoda más a lo que es el hombre dentro de esa realidad. Por eso, esa novela puede
tener tantas interpretaciones como lectores haya. Es un discurso con un
espíritu de un conflicto donde hay muchas maneras de ver e interpretar el país.
Creo que no podría darse de otra manera explicar ese meollo del CAI si no desde
distintas miradas, puntos de vista e interpretaciones.
Yo creo que no puede haber una verdad
única y absoluta sobre lo que pasó en este conflicto. Más bien, cada uno debe
armarse su propio rompecabezas. Yo pienso que, cuando se da el informe de la
CVR, en realidad, lo que se está haciendo es un recuento de hechos, pero no es
la verdad. Es imposible manejar una verdad absoluta en un conflicto, a no ser
que es la verdad oficial de la propaganda del Estado o de los subversivos. La
propaganda lo que busca, en el fondo, es ficcionalizar, porque trata de aparentar
ante el pueblo, ante la opinión pública, de que hay una verdad, cuando todos
sabemos que eso es inalcanzable. Lo que trata esta novela es descentralizar
esas verdades que están puestas como monolíticas. Cada ciudadano, cada lector,
cada peruano puede hacer su interpretación válida sobre lo que pasó. Yo creo
que nunca vamos a tener una visión uniforme y, de alguna manera, es mejor que
así sea. Debemos hacer un mapa de lo que ha pasado para podernos encaminarnos
como nación. Debemos tender los puentes para que el país camine hacia una etapa
ya superada. Nunca lo hemos hecho, nunca hemos hecho una política posterior al
CAI. Por eso, no hemos sentado las bases necesarias para vivir en un Estado de
paz. Todo lo que no hemos hecho ahora nos pasa la factura: toda la corrupción,
la violencia urbana, la carencia de institucionalidad es lo que nos pasa por no
haber hecho un mapeo grande del conflicto y por no haber tenido una política
postbélica para saber qué hacer respecto al CAI. Todos los grandes conflictos
acaban con un armisticio y, a partir de este, se inicia una política para saber
qué hacer y a qué encaminarse como país. Esto lo hemos dejado a la deriva, por
eso, no nos podemos orientar hasta ahora. Pienso que, por eso, el conflicto
hasta ahora no está superado. Pienso que con esas interpretaciones podemos
tender puentes para pasar a otra etapa.
En este contexto de la Covid, ahora veo
rasgos de una crueldad que ni siquiera se ven en una guerra. Yo estuve en
Ayacucho, pero no vi los niveles de corrupción que se ven, de miseria humana.
Las clínicas se aprovechan para hacer negocio como gallinazos; el Estado, con
los empresarios; las farmacias, con los enfermos, como mercaderes de la muerte.
En una guerra, tú no le pones precio a los muertos. Acá sí, es terrible. Nos
hemos quedado inermes. No hemos reaccionado. Estamos cayendo en un Estado de
barbarie.
x. La
novela es un género moderno, puesto que rompe con la distancia vertical entre
el héroe de la época clásica y el lector al desmitificar los roles de poder
sacralizados en la epopeya clásica y los cantares de gesta medievales. ¿Usted
considera que en ECE se cumple la misma función desmitificadora en el contexto
del CAI? Si es así, ¿a qué sujetos de poder se estarían desacralizando?
Tú ya tienes, con Bajtín, muchas
referencias de los héroes de gesta, la novela griega y los héroes carnavalescos
de Rabelais. Gargantúa y Pantagruel vino a desacralizar los cantares de
gesta y, de alguna manera, también el Quijote, a los héroes de caballería. Don
Quijote desacraliza al Amadís de Gaula; y la princesa Nicomicona, a las amadas,
a las señoras que se confiaban, como Dulcinea. Se desacraliza a los héroes y
las heroínas. También El cándido es una desacralización a los héroes que
eran incorruptibles al tiempo, que pasaban a las peripecias y seguían igual de
hermosos y jóvenes. El cándido se fue envejeciendo y su esposa, también: se
quedaron sin dientes y canosos. En nuestra cultura, los héroes de Hollywood,
Jean Claud Ban Dan, los héroes norteamericanos de cine también han sido
desacralizados por la novela latinoamericana dentro de un contexto que es más
aceptable. Un héroe en una guerra, para mí, no podía ser el que mataba más, el
que hacía más destrucción o el que salía incólume de un combate. Yo asumí que
debía ser un héroe que representara la resistencia de un ser humano ante la barbarie
y la deshumanización. ese héroe, para mí, es uno como Cubo. El héroe de una
guerra no lo concibo como Rambo, por ejemplo, que entra y mata a muchísima
gente por rescatar a un soldado. Eso no está en sintonía para mí como un héroe
de una guerra. Son dos frentes que están en conflicto en una guerra. La guerra
deshumaniza al soldado como una bestia y lo único que él tiene para resistir es
su pequeña humanidad, para sobrevivir.
Cubo es un héroe distinto a los otros
de la novela latinoamericana, porque ha asumido su fracaso en el conflicto y
como ser humano: no se atreve a buscar el éxito, no se atreve a proyectarse
visiones muy grandes. Es un héroe de esas características y, llevado a una zona
de combate, es él quien puede, de alguna manera, hacer frente a esa
deshumanización. No todos los que han estado en el cuartel Los Cabitos son como
Cubo. No todos han tenido tantos traumas y una infancia tan difícil en un orfelinato.
Los demás tienen aspiraciones: sueñan con regresar a su hogar para hacer su
vida, formar una familia y tener hijos, se hacen una proyección del futuro. En
cambio, Cubo solo desea salir de esa guerra con un grado de humanidad. Es un héroe
distinto: simboliza esa lucha dialéctica entre una guerra que deshumaniza y un
hombre que se quiere enfrentar a esa guerra con su único reducto de humanidad.
Termina derrotado y pierde la racionalidad, porque, cuando Cubo libera a
Américo, él ya está fuera de sí. Cuando Cubo expresa sus pensamientos, se
evidencia un deterioro mental, va hundiéndose en eso, va escuchando voces y su
mente es un remolino de muchas cosas. Las palabras en él ya no tienen sentido,
se quedan truncas. Es el resultado de la resistencia que él hace en ese proceso
de deshumanización. No se me ocurrió otro personaje que pudiera representar ese
conflicto. Creo que, en todo caso, sería un antihéroe.
Yo estoy escribiendo una novela
actualmente que pienso llamarla El mensajero. Escribí dos novelas sobre
el CAI: ECE y Días de fuego. Siempre quería que ahí acabara esa saga,
pero después he querido hacer una novela para justamente desacralizar estos
supuestos sujetos de poder. Yo siempre pensé que hubo dos corrientes que se
enfrentaron: el Estado, representado por las FF.AA. y la PNP, y SL,
representado por las células y jóvenes adeptos, pero, sobre ellos, había un
estamento. Tanto en SL como en las FF.AA., había una cúpula que ostentaba el
poder. Los que representaban la sociedad peruana, al Estado, los que tenía el
control de los medios de comunicación y las FF.AA. manejaban las cúpulas. En
toda guerra, mueren los jóvenes como carne de cañón; sin embargo, los que
estaban en las cúpulas nunca se tocaron. Ellos han nacido intocables. Cuando
capturaron a Abimael Guzmán, él nunca tuvo un rasguño, nunca estuvo en una
sesión con un fusil. Por lo tanto, son los otros los que se odian: los que se
declaran la guerra son los que no participan. Cuando él fue capturado,
Vladimiro Montesinos, los generales de la Dincote y creo que hasta Fujimori
fueron a entrevistarse con él. Tuvieron una entrevista sumamente alegre, con muchos
chistes y palabras de respeto de ambos bandos. Vladimiro trataba de “doctor” a
Abimael y viceversa, con mucho respeto y con pasajes de humor destendidos. O
sea, entre ellos, prácticamente, no tenían odio, no había conflicto entre
ellos. Se pudieron entender muy bien. Sin embargo, cuando se declararon la
guerra, los que se morían eran otros, porque ellos muy bien podían encontrarse
y hacer una tertulia muy tranquila en una tarde y verse en cualquier lugar. Esa
es la idea que yo quiero exponer en mi nueva novela para mostrar que esos
héroes intocados, en ambos lados, los que fueron los causantes de la guerra
nunca sufrieron un rasguño, nunca se comprometieron de verdad, y que los de
abajo, los jóvenes que nunca tuvieron motivos para odiarse y que no se conocían,
tenían que pagar por los otros.
La intención de ECE es desacralizar a
esos supuestos héroes que se escondían en las cúpulas. Se enfrentan dos bandos,
el de las FF.AA. y el de los subversivos, con distintas tipologías humanas:
pueden ser un personaje opaco y depresivo como Cubo, como Shogún, o pueden ser,
en el otro bando, con rasgos de ternura como de crueldad, pero personajes que,
en el fondo, se parecían: todos venían de los estratos populares y no tenían
motivos para matarse. Las ideas eran de los otros, la declaración de la guerra
era de los otros; no obstante, los otros nunca se tocaron. Esa es la idea de
esta nueva novela que estoy haciendo y esa era también la idea de ECE. Sin
embargo, el fin principal de ECE es que los jóvenes en el Perú, a través de
toda la historia desde la época incaica, nunca han sido tratados realmente como
seres humanos. Nunca se les ha dado la oportunidad de desarrollarse en su
juventud. En el incanato, ellos vivían bajo el fantasma de que en cualquier
momento iban a ser llevados al ejército y enfrentados en campañas de conquista
contra otros pueblos como carne de guerra. No tenían otro futuro. Nosotros
hemos idealizado al imperio de los incas, pero eso era un imperio militarista
donde los jóvenes no podían entregarse a la ciencia, la investigación o al
disfrute de la vida. Igual ha pasado en el virreinato, en la república. Ellos
siempre han pagado con las ideas mesiánicas de los otros y eso también ha
pasado con SL. No somos un país normal. En este tejido de la historia, hay
huecos, huecos, huecos, donde los jóvenes siempre han sido diezmados. Esa es la
desgracia del Perú. Esto sucede desde antes de que seamos el Perú, esos héroes
anónimos, que mueren en la guerra sin saber por qué están peleando ni para
quién, tienen su representación en Cubo y son el ser que le grita a las cúpulas
del país que bajen de su podio. No podemos regalarle cincuenta, cien años más a
esos sujetos de poder de la cúpula. Los jóvenes deben sentar los rieles para
que todo marche a la paz en el futuro. Todo ha fallado, porque nunca se les ha
prestado atención.
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